Acceder a la extremidad desierta de las cosas supone realizada una condición: el silencio del discurso, pues el discurso sólo ha servido como introductor. Ahora llegas conmigo adonde se detiene la vida, donde se agota, donde se pierde. Donde se pierde en una lejanía tan cargada que todo resulta agobiante. No hay misterio más profundo, ni más impenetrable, aun cuando sin embargo tú y yo no tengamos sentido sino en la medida en que su profundidad, de golpe, nos resulte accesible, abierta.
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Por tal motivo, me hace falta pedirte ahora, ya que recorres frases donde el silencio del pensamiento se inscribe con más necesidad aún que su encadenamiento, que renuncies si no sientes desde muy lejos la angustia en la cual estoy tratando de comunicar contigo. Si esta lectura no fuera a tener para ti la gravedad, la tristeza mortal del sacrificio, quisiera no haber escrito nada.
G. B.