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Descripción

Escritor hiperproductivo, genial, delirante y erudito, Juan Filloy ejerció la judicatura durante casi treinta años (en Río Cuarto, pasó por todos los puestos judiciales; desde asesor hasta Presidente de la Cámara Civil y Comercial). Prácticamente suspendió las publicaciones durante ese tiempo, pero no su ritmo de producción. “Hay un artículo en el Código donde la publicación de pornografía es punida. Como juez he hecho todo lo posible para que los libros que tuvieran coprolalia no estuvieran al alcance de la prensa. Por eso se hicieron ediciones privadas, que eran dedicadas personalmente, de modo estricto, a mis amigos”, explicó. “Yo no podía cometer la tontería de caer en las sanciones del artículo 218 que a mí, como juez, me correspondía aplicar”, le dijo a Ricardo Zelarrayán en otra entrevista, en la que también refirió: “Creo que la vocación es torrencial”.
Valeria Tentoni
En estos relatos, editados por primera vez en 1980 en una de sus habituales “ediciones de autor”, Filloy despliega una inventiva desaforada, enriquecida por una ironía no menos filosa que la de títulos como Gentuza y Yo, yo y yo.